La niña que comía tulipanes
Érase una vez, hace casi 100 años (91 para ser exactos), una niña pequeña muy flaquita y con los ojos grandes y redondos. Se llamaba Audrey y tenía dos hermanastros mayores. Audrey había nacido en Bruselas, la capital de Bélgica, que era donde su padre, un caballero inglés acababa de conseguir un trabajo. Su madre era una baronesa muy elegante pero poco cariñosa y su padre las abandonó cuando la pequeña Audrey tenía poco más de seis años. La pequeña sufrió muchísimo con la marcha de su padre pero pronto empezó la guerra y tuvo que empezar a preocuparse de otras cosas.
Su madre, la baronesa, pensó que sería mejor pasar la guerra en Holanda (donde ella había nacido y tenía a su familia); pero, la verdad, es que las guerras no se pasan bien en ninguna parte. Como el resto de la población holandesa, Audrey y su madre pasaron tiempos malísimos: fueron invadidos por los nazis y bombardeados por los aliados. No había comida ni abrigos. Pasaron muchísimo miedo, frío y hambre. Audrey y su madre comían bulbos de tulipán para no morir de hambre. Algún día, si había suerte, podían tomar alguna patata. La salud de la pequeña sufrió muchísimo y tuvo problemas que arrastró toda la vida.
Cuando acabó la guerra, Audrey y su madre se marcharon a Londres donde le habían ofrecido una beca para estudiar ballet. Aunque no lo hacía nada mal, no era lo suficientemente buena (había empezado a estudiar tarde y su cuerpo, demasiado alto y huesudo no gustaba a los profesores), así que Audrey empezó a buscar trabajo en el teatro. Pronto empezó a conseguir pequeños papeles hasta que un día, mientras rodaba una película en Montecarlo, la vio una escritora mundialmente famosa llamada Colette. Esta escritora estaba buscando una protagonista para llevar a Broadway su nueva obra: Gigi. Y resultó que Audrey era perfecta para el papel. Después de muchas semanas de ensayo y unos nervios espantosos, Gigi fue estrenada en Nueva York.
«Audrey hizo Vacaciones en Roma y enamoró al mundo entero».
Un día fue a verla un director de cine que estaba preparando una película sobre una princesa que pasa unos días en Roma. La actriz Elizabeth Taylor, que ya era bastante famosa, iba a hacer el papel protagonista pero cuando el director vio a Audrey se empeñó en hacerle una prueba. Y cuando lo hizo, se quedó maravillado: nadie en el mundo podía hacer esa princesa mejor que esa chica de ojos grandes y sonrisa inmensa. Tan simpática y elegante y, a la vez, tan sencilla y natural. La película se llamaba Vacaciones en Roma. Y, como suele decirse, el resto es historia: Audrey hizo la película y enamoró al mundo entero.
Fue la primera influencer de la historia: las chicas se cortaban el pelo como ella, se vestían como ella, los modistos querían vestirla, todos querían fotografiarla, las revistas que saliera en sus portadas… una auténtica locura. Audrey no entendía nada porque siempre había pensado que era un poco feúcha (recuérdalo la próxima vez que te mires al espejo y no te veas bien). Durante 20 años protagonizó muchas películas e hizo personajes inolvidables: Desayuno con diamantes, My Fair Lady, Guerra y paz, Sabrina, Una cara con ángel, Historia de una monja…
Fue una de las estrellas que más ha brillado en el firmamento de Hollywood, pero nunca fue capaz de ver su propia luz. Audrey seguía sin comprender su éxito. Sin embargo, decidió utilizarlo para llamar la atención. Para hablar en nombre de aquellos a los que nadie escuchaba. Los niños hambrientos y explotados. Así se convirtió en embajadora de UNICEF y pasó sus últimos años utilizando su imagen para concienciar al mundo sobre la terrible realidad que padecen millones de niños que viven en la miseria.
AUDREY Y LA BOCA DE LA VERDAD (VACACIONES EN ROMA)
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